HISTORIA DE TRES FRANQUICIAS

Autor: Christopher Peña

  • 21 jul
  • 14 Min. de lectura

Partidos, emociones y el legado.

 

La tormenta viene del Este

El cielo de Padua no anunciaba nada.

Ni lluvia.

Ni calor.

Ni gloria.

A lo lejos, las campanas de alguna iglesia vieja, secular, repicaban como si no supieran que, en el campo de los Santos de Padua, en los suburbios de la ciudad, en el torneo triangular intercontinental, iba a desatarse algo más fuerte que la fe: el football femenil equipado de tres países con alma de colosos.

Las polacas no fueron las primeras en calentar; pero sí en replegarse.

Llegaron con paso militar, tras varios minutos desaparecidas; ¿en sus vestidores?, ¿detrás del estadio?… se personaron en el emparrillado con labios apretados y miradas quietas.

No sonreían.

No posaban.

No saludaban.

Eran Sirenas, sí, pero no de canto seductor; sino de ese aterrador susurro melódico que, sabes, te está por embrujar. Eran ese tipo de sirenas cuya musicalidad crea naufragios.

Las Sirens Warsaw portaban su uniforme como si fuera parte de su piel: todo ajustado, preciso. Había algo en su lenguaje corporal que no salía de lo que se entrenaba; era más bien un mood con el que ya venían de fabrica. Lo traían de otro lado; quizás del frío, del lodo del campo donde juegan, o del dolor colectivo que guarda su historia.

Las italianas llegaron poco antes, más sueltas y más sonrientes, pero con esa intensidad elegante que solo ellas dominan: las Scarlet Phoenix.

A diferencia de las Sirens, ellas sí miraban alrededor.

Giada Mengozzi saludando a su excompañera de Vaqueros Xochimilco en su temporada primaveral en México, Xiadani Soriano; intercambio realizado por la directiva de Guerreras Jaguar que busca la internacionalización del americano femenil equipado tanto de ida como de vuelta.

Escaneaban el entorno, las italianas, sabían que estaban en casa, que su familia las vitoreaba, incluso, antes de comenzar: «Andiamo, Marisol»… decían.

Pero el football, como la poesía, no respeta nacionalidades. Solo responde a quien lo juega con alma.

Y las italianas tenían una cita a ciegas con el destino.

Ambos equipos de jugadoras se incorporaron en el campo.

Se saludaron. Ni aspavientos ni falsa cordialidad. Se saludaron como pares con altas expectativas las unas de las otras.

Aquí, en el campo, durante los próximos minutos, se vendría a jugar. Pero aquellas mujeres de tres nacionalidades distintas no eran jugadoras, eran atletas. Y como si el emparrillado también lo supiera, se tensó el ambiente.

Un sol ardiente pegaba directo en las gradas este y las tres porras nos arrebujamos en las gradas de la sombra. Aquella tarde el astro incandescente anunciaba a las bancas, donde empezaban a llegar las Guerreras Jaguar México, todavía con ropa de civil, con gafas oscuras, con la mente en sus próximos partidos, pero atentas a todo lo que estaba por pasar, que las tres escuadras estaban ya presentes.

Pitazo inicial.

Y ahí, entonces, arrancó la tormenta del Este.

Desde la primera jugada, las Sirens tomaron el ovoide como si se les debiera algo y estuvieran alli para cobrárselo no a quien se la debía, sino a quien se la pagara.

Cada yardaje que avanzaban parecía una venganza, una historia que culminaba, una… vendetta contra las meras meras inventoras de las vendettas.

Rompían líneas con disciplina feroz.

Su QB ejecutaba pases quirúrgicos que hacían vibrar la banca italiana.

La defensa de Scarlet Phoenix aguantó, cómo no, con un temple admirable. Su línea frontal era un muro de ganas y decisión, pero las polacas sabían por dónde romper.

Y rompieron.

Primera anotación de Sirens y boom; el partido se les veía ganado en su mirar.

No hubo un festejo escandaloso, la jugadora moría por azotar el balón, pero en un gesto de respeto y cordialidad, se lo dejaba en las manos al réferi.

Había clase, en todas ellas.

Un juego hermoso, este, el americano.

Las miradas que se cruzaban con furia contenida y la promesa de más, no se desperdiciaban, pero tampoco se omitían.

Las italianas se reunieron.

Team back.

Hablaron rápido.

Se reorganizaron…

Pero ya era tarde. Las Sirens ya habían probado sangre y no permitirían perder su ventaja en el marcador.

Las siguientes series ofensivas, se convirtieron en una ráfaga de marchas con alta gama de belicosidad, de pases y carreras laterales que descolocaban a la defensa. Como si lo hubieran coreografiado todo en un teatro sin espectadores y lo hubieran hecho realidad en un coliseo frente a una ciudad completa; dispuestas a machacar a sus contrincantes.

Las gradas, que ya se habían estado ocupando, vibraban.

«Andiamo, Scarlet!»

Las Guerreras observaban sin parpadear, desde allí, replegadas entre el público; mientras los coaches hacían sus respectivas anotaciones mentales.

Aquello no era un juego, era una advertencia. Una invitación a la anticipación.

Las italianas empezaban a mostrar cansancio. No físico —eso vendría después— sino emocional. Se notaba en los brazos, en la falta de comunicación entre jugadoras, en el correr a trote.

Pero eso sí, a pesar de todo, las Scarlet sonreían, ¡y pues cómo no! Estaban cumpliendo su sueño: jugar, taclear, alinearse en formación.

Estás atletas, las tres naciones, estaban ahí y todas llegaron: ¡Ganando la yarda!

Dejando el alma sobre el pasto, las italianas, y las polacas no fueron de dar tregua alguna. Cada tackle era una afirmación. Cada bloqueo, un manifiesto. Si alguien pensaba que venían a turistear, se equivocó de continente. Vinieron a imponerse.

Y lo hicieron.

Al medio tiempo, el marcador ya inclinaba la balanza con claridad. Y aunque aún había tiempo, no había con queso las quesadillas.

Las Scarlet Phoenix se reunieron en círculo.

Nadie se quejaba.

Nadie culpaba a nadie.

Se notaba que habían caído en cuenta: las Sirens no solo estaban mejor preparadas, estaban mentalmente poseídas. Jugaban como si el honor nacional estuviera en juego.

Y quizá lo estaba.

En la segunda mitad, las italianas respondieron. Tuvieron jugadas brillantes. Hubo un pase largo de su QB que arrancó un grito de las bancas.

«Andiamo, Scarlet…»

Hubo un bloqueo que sacó aplausos hasta de las polacas. Hubo una recepción espectacular cerca de la línea lateral.

Pero no alcanzó.

Las Sirens seguían carburando como maquinaria bélica.

Y llegó el momento final.

El término del partido.

Resultado: Sirens Warsaw 17 – Scarlet Phoenix 0.

No hubo abucheos. No hubo lágrimas. Hubo algo mejor: respeto mutuo.

Las Sirens formaron línea.

Las italianas también.

Se estrecharon las manos. Fueron a la banca y ambas rindieron sus respetos ante el respetable.

Luego, algunas se abrazaron. La número 88 de Polonia abrazó con firmeza a la 33 de Italia, que había tenido que salir lesionada, para recuperarse inmediatamente. La quarterback polaca levantó el puño en señal de respeto, no de burla y las italianas le respondieron con aplausos.

Desde las gradas, las Guerreras Jaguar se pusieron de pie.

Claudia, madre de Pamela, aplaudía con fuerza. Walter, el anfitrión italiano y coach general de las Scarlett, se llevó las manos a la cabeza, luego las bajó, luego rió. No era la derrota lo que lo incomodaba. Era saber que, tras ese encuentro, venía el siguiente.

El México vs Polonia.

Y que, si las Sirens eran la tormenta, las Guerreras tendrían que ser el trueno.

Pero eso… eso vendría después. Primero, había que tomar aire.

El viento cambió de dirección.

La sombra de las jugadoras se alargó sobre el césped.

Y, desde el fondo del alma del equipo mexicano, se escuchó el murmullo creciente de algo que no era miedo.

Era hambre.

Era ansia.

Era un rugido agazapado.

Pronto, tocaría campo México.

Sangre, baba espumosa y gloria…

Las Guerreras Jaguar estaban listas. Lo sabían. No porque se sintieran invencibles, sino porque no habían cruzado el Atlántico para probar suerte. Lo hicieron para jugar, para demostrar que habían llegado para darlo todo. Y aunque el duelo que venía era con el equipo más dominante de Europa del Este, la calma que tenían en el rostro era la que solo viene después de la tormenta emocional y la tranquilidad del corazón en llamas.

Habían observado.

Analizado.

Aguantado la respiración.

Y ahora, ahora venía el rugido jaguar, la #FuerzaJaguar

Las Guerreras Jaguar México calentando antes del primer encuentro

 

El silbatazo marcó el inicio del segundo partido del día:

México vs Polonia

Guerreras Jaguar vs Sirens Warsaw

Las Sirens entraron como si ya hubieran descansado toda una semana tras la victoria anterior.

Y sí, llegaron crecidas; y también, sí, llegaron potentes.

Pero no contaban con un detalle: las mexicanas traían hambre. Con espuma en la boca, literalmente. Con jugadoras como Vico, que lleva el fútbol en la sangre y las cicatrices; y Pam, una atleta total con velocidad apabullante y táctica quirúrgica; el equipo mexicano plantó cara desde el primer snap.

Coach Baloo, a cargo de la ofensiva, había dicho algo horas antes que nadie olvidó:

—Hoy no corremos y ya. Hoy volamos, traemos equipazo para jugar por aire.

Y volaron.

Los primeros minutos fueron una danza tensa. Las Sirens empujaban con fuerza, con técnica, con su estructura bélica. Pero cada centímetro que ganaban, lo hacían a costa de sudor y trancazos secos.

¡Pock! Sonaban los trancazos.

—¿Oyeron eso? —preguntaba este humilde narrador, ahora convertido en triste comentarista jaja.

La defensa de Guerreras se volvió una muralla.

El Pípila sonreía desde el Mictlán, ¡a huevo que sí!

En casa, las mamás, los novios, las hermanas, los padres de familia se sumaban a los amables comentarios:

—¡Se oyó gacho! —decían, y la narración se volvió una atmósfera compartida. Sin latitudes, sin distancias.

—¡Hasta se me cayeron las palomitas! —nos contaba alguien.

Nadie cedía.

Nadie miraba atrás.

Era como si cada tacleada fuera una ofrenda a todas las jugadoras que no habían podido hacer el viaje. Las que se quedaron en México. Las que entrenaron bajo la lluvia y el sol sin promesa de nada.

Coach Pato gritaba desde la banda:

—¡Defiendan chingao! —les decía a todas, luego a una de sus Raiders—: ¿Sí sabes teclear, o te saco?

Y sí supo…

La Chanty tacleó de forma: Mo-nu-men-tal.

Coach Pato sonreía (mientras rayaba el suelo con el colmillo).

Y sí, lo hicieron. Taclearon recio.

En una jugada crítica, cerca de la zona prometida, una de las Sirens cortó hacia el centro buscando anotación… y se encontró con una colisión que retumbó hasta las gradas.

El sonido seco del casco contra hombreras se convirtió en ovación.

—¿Oyeron? ¡Allá en casa, ¿Oyeron?!

Fue la defensa más hermosa del día. Difícil elección; coach Pato garantizó historia (y la hizo).

Pero el partido no era solo defensa.

Coach Baloo había prometido una ofensiva aérea no vista hasta ahora.

Y cumplió.

El balón volaba. Como si tuviera voluntad propia. Como si supiera a quién buscar. Como si deseara estas manos que huelen a tierra mojada, a carne asada, a ocote y a chile (y también, perdonarán ustedes: a quesadillas con y sin queso).

Pase largo. Recepción de México.

Y cayó con el balón apretado al pecho como si fuera un corazón.

¡Primero y diez!

Y las gradas mexicanas, aunque pequeñas, tronaron como estadio azteca.

Las familias italianas ovacionaban:

«Vai, Messico…!»

Pero las Sirens no fueron fáciles de doblegar. Respondían con una rapidez aterradora.

Cuando parecía que el juego estaba nivelado, las polacas remontaban, cuando lo hacían, las mexicanas las superaban.

El dominio del juego y la posesión del ovoide, fue tricolor…

Sin embargo en una emotiva y arriesgada jugada, Donalou cayó y ya no podía levantarse.

Los camilleros llegaron.

—Soy mamá de tal, ¡¿quién se lesionó?!

«Andiamo, Messico…»

Salió encamillada.

—¡Es Donalou!

—Yo soy la mamá de Donalou, ¿cómo está? ¡Díganme por favor!

El chat del en vivo era un hervidero.

El balón continuó con su destino y las jugadoras alcanzaron el final del encuentro.

El partido recomenzó tras una defensiva angustiante y 11 corazones palpitando con los nervios a flor de piel…

Pum pum.

Pum pum.

Pum pum…

Las Sirens Warsaw lanzaron un pase quirúrgico que entró como cuchillo en la mantequilla.

Pum pum. Pum pum. Pum pum.

Touchdown.

Una daga directa al ánimo.

Eran los últimos segundos, ya no había más en el reloj…

Y ahí vino lo que diferencia a las Guerreras: no bajaron los brazos. No se quejaron. No gritaron.

Apretaron el casco, golpearon los guantes y se alinearon para la siguiente jugada.

Cada serie ofensiva mexicana fue poesía y violencia; cada jugada era una novela escrita en espiral.

Un eterno retorno.

Pero también una promesa incumplida.

El balón flotaba.

Corría.

Era detenido.

Avanzaba de nuevo.

Parecía un péndulo entre dos mundos: el de la furia polaca y el de la resiliencia mexicana.

A unas milésimas de segundo del final, México intentaba ganar la yarda.

El sol comenzaba a caer.

Y entonces…

Final del partido:

Sirens Warsaw 6 – Guerreras Jaguar México 0.

El golpe fue brutal.

Pero no hubo cabezas gachas.

Las Guerreras se abrazaron. Las más jóvenes lloraban. Las veteranas apretaban las mandíbulas. Las coaches hablaban en voz baja, no para consolar, sino para recordar: esto apenas empieza.

La presidenta Rebeca se acercó, abrazó a las más afectadas y les dijo que jugaran, que habían venido hasta acá para hacer football y que eso habían hecho.

Octavio Paz asentiría desde el cielo de los escritores “Quizás nos chingaron, pero fue un partido poético”.

(Y si no creen que el premio Nobel mexicano hubiera dicho aquello, consúltenlo).


Respuesta de Paz.

Entonces, sin nadie esperarlo, desde las gradas alguien gritó:

Bravissimo, Messico!

Y ahí se quebró todo.

El público se puso de pie. Las italianas que habían jugado antes aplaudían. Las polacas, serias, se acercaban a saludar, una por una.

Respeto absoluto.

Las redes sociales explotaban con mensajes desde México. El narrador, que ya no tenía voz, se tragaba las lágrimas entre gritos de:

—¡Mariel, tu mamá te ama!

—¡Pam, te están viendo las Raiders!

—¡Montse, tu hermana no para de llorar! ¡Te quiere mucho!

—¡Denisse, tu novio te ama…

¡Y se los grité, carajo! Claro que sí.

Y en ese momento quedó claro algo más importante que el marcador: Guerreras Jaguar había ganado lo que ningún resultado puede arrebatar: la admiración colectiva.

No se trataba solo de football, se trataba de historia consumada. De sueños correteados y de resultados alcanzados. Algunas, muchas de las atletas cruzaban el océano por primera vez, pero por encima de eso: habían jugado su primer intercontinental.

Imaginemos a cualquiera de las guerreras, años adelante, con algún chamaco en el regazo, o con una pareja cogida de las manos, o en una reunión de amigos contando:

«Yo, una vez, representé a mi país…»

(Uno puede detenerse a llorar aquí).

Luego, yo añadiría:

Contra Polonia.

En un partido.

De football americano.

Femenil.

Equipadas.

Y en Italia…

¡Madre santa de Dios…!

Y faltaba un partido más.

Las jugadoras se abrazaron. Se secaron las lágrimas. Se miraron como solo se miran las que han atravesado juntas la batalla de una guerra.

Y salieron del campo encendidas con la llama de la victoria prometida.

—Yo soy la mamá de Donalou, ¿cómo está?

—¡Sí! No nos han dicho nada, dígannos por favor qué le pasó.

La transmisión se cerraba.

Pero acá, el football americano aún tenía una fecha pendiente y, como sabemos, no hay plazo que no se venza ni fecha que no se alcance.

La tercera batalla: para qué vinimos.

No pasaron ni quince minutos desde el silbatazo final contra las Sirens cuando las Guerreras ya estaban en círculo. Nada de irse a llorar al vestidor. Nada de guardar luto.

Coach Pato habló primero, directo y sin adornos:

—Esto no ha terminado. Lo que acaban de hacer ahí… eso es football. Eso es carácter. Pero ahora, ahora vamos a recordar por qué cruzamos el chingado charco. Vinimos a jugar. Vinimos a disfrutar. Vinimos a ganar.

Baloo, con ese tono entre paternal y de general de guerra, dijo:

—Lo que acaban de vivir no fue una derrota. Fue una confirmación: están listas. Están completas. Están cabronas. Así que dejen las lágrimas en el pasto y salgan a comerse al siguiente equipo.

Y entonces, como si alguien prendiera una mecha, la energía cambió. Se formaron. Se pusieron los cascos. Se escuchó un grito con epicentro huddle:

—¡Guerreras!

Y otra respondió:

—¡Jaguar!

Y todas gritaron:

—¡México!

No había tiempo para respirar.

El tercer partido comenzaba.

Guerreras Jaguar México vs Scarlet Phoenix Italia.

Las italianas eran locales, pero el campo ya tenía algo tricolor. En las gradas, ondeaban las banderas mexicanas; las maracas, las mamás las hicieron con botellas vacías y piedritas. Los comentarios en el stream explotaban:

—¡Vamos Guerreras!

—¡Hoy se gana, carajo!

—¡De Quintana Roo para Europa, puro power!

—¡Guerreras desde el Edomex presentes!

Y entonces se soltaron. Lo hicieron como si sintieran toda una nación a sus espaldas que las respaldaba.

—¿!Como sigue mi niña!?

—Donalou está en el campo, ¡y es una máquina!

No hubo advertencia. No hubo compasión.

Desde el primer snap, las mexicanas salieron con la baba espumosa. Como si en cada jugada fueran a recuperar lo que les faltó conseguir contra Polonia. Parecían recordar que, aunque el sueño era competir, también vinieron a dejar huella.Primera serie ofensiva. Jugada larga. Pase quirúrgico.

¡PUM!

Mismo equipo, pero algo había cambiado.

La sintonía, el Encuadre. No sé, esto era otro team.

Pam Hernández, que parecía haber sido diseñada genéticamente para volar, cortó entre dos defensas y anotó.

¡TOUCHDOWN DE MÉXICO!

Los italianos en las gradas no sabían qué hacer…

Bajaban la mirada, negaban silenciosos y luego sonreían para aplaudir inmediatamente.

Gritos. Lágrimas. Saltos.

En la banca mexicana, todas estaban enloquecidas. Baloo levantó los brazos, Coach Pato gritaba “¡otra más!”, y Rebeca sonreía sin parar. Había que grabar cada segundo en la retina.

Esto, esto era épico. Y sí, también esa historia prometida.

«Forza, Scarlet…!» Gritaban a lo lejos.

Las italianas respondieron.

Sí.

Con fuerza.

Con entrega.

Pero las Guerreras ya estaban en trance. Cada jugadora sabía su rol. Cada una se había apropiado del emparrillado como si fueran las dueñas; se volvieron las dueñas.

Claudia, tomaba una posición de juego que no jugaba allá en Monterrey y daba resultados sorprendentes.

Coach Baloo sonreía, “Te lo dije”, parecía decir.

La defensiva detenía y detenía y detenía a las italianas y coach Pato volteaba a las gradas. “¿Apostamos o qué?” Centelleaban sus ojos. No iba a permitir una sola anotación más.

No importaban los nombres, porque sus jerseys no tenían apellidos. Porque aquí lo que brillaba no era la individualidad, sino el colectivo.

Después, como hilo de media vino el siguiente logro.

¡Segunda anotación!

Luego, apenas un poco después: Tercera.

Luego, la Cuarta.

Boom.

Boom.

Boom.

Luego, nuevamente, la camilla de las desgracias se acercó al encuadre mexicano para atender a Mariel, la más joven de las guerreras. Y cuando estaban por treparla, Nanay, que se levanta y sale corriendo del campo. Si te va a espantar el médico, te mandan a la banca una jugada.

Las gradas aplaudían y las jugadoras de ambas naciones festejaban.

Todos los que hemos estado en esas, jugadoras, familiares, parejas, nos la sabemos, es un martirio. Esos instantes son un calvario.

La defensa mexicana, con Mariel ya recuperada, parecía una muralla inexpugnable. Vico lideraba como un faro los ánimos de las demás, era inspiradora. Otras se reinventaban con cada jugada. Las que venían de Monterrey, la de Quintana Roo, las de SLP, las de CDMX, la de USA, todas, todas eran ya parte de algo mucho más grande.

Y no era una victoria. Era una respuesta.

A cada sacrificio.

A cada entrenamiento.

A cada comentario de “eso no es para mujeres”.

A cada día en que pensaron en rendirse.

A cada boleto de avión que no sabían si podrían pagar.

A cada llamada de mamá, de los hijos, de las novias, diciendo: “haz lo que tengas que hacer, pero hazlo con todo”.

Lo hicieron.

Scarlet Phoenix 0 – Guerreras Jaguar 27

Walter, horas más tarde, presidente del combinado nacional italiano, nos dijo, casi casi en confidencia, (perdona el quemón, querido amigo):

—Las polacas me comentaron que tenían años de no jugar con jugadoras de tan alto nivel.

Wow!!

Qué gran orgullo.

Al final del partido, el marcador no fue lo importante. Sí, México ganó. Y ganó bien. Pero lo que quedó fue otra cosa: una hermandad. Una comunidad. Una promesa.

La presidenta Rebeca Velasco, emocionada hasta la médula, organizó la ceremonia final de la escuadra mexicana junto con el staff.

Se entregaron diplomas.

MVPs.

Reconocimientos.

Eder, el empresario exjugador de los Vaqueros de Xochimilco que patrocinó los uniformes, fue aplaudido de pie.

En el after partido jaja (Toing) Eder y su servidor echándonos unos deliciosos bocadillos callejeros de media noche, estrechando lazos, cultivando una hermosa amistad que nació de este momentum.

Las jugadoras se abrazaban.

Reían.

Lloraban.

Era su momento. Carajo, era el momento que construyeron juntas…

Walter ofreció su casa, su torneo, su pasión. Invitó a Guerreras Jaguar al primer mundial amateur de football femenil en 2026. Rebeca recibió el llamado a Cancun y las puertas de la internacionalización se abrían y abrían para nuestras atletas.

Una reportera italiana, con los ojos brillosos y la sonrisa franca, entrevistaba a jugadoras, staff y hasta al narrador (que ya no tenía voz).

—¿Qué se lleva México de esto? —preguntó ella, con un acento encantador. Uno a uno.

—Todo. Y nada. Pero lo que me queda claro es que el football femenil mexicano ya no cabe en casa. Se desbordó. Y ahora quiere comerse al mundo —respondió alguien entre las sombras que sus compañeras proyectaban por la luz resplandeciente de los reflectores que las apuntaban.

Nos invitaron a la celebración de la premiación general, donde se reconoció la ardua labor de los coaches y la presidenta; asimismo, nuestra querida y admirada Pam nos enorgulleció con la distinción de jugadora más valiosa:

Algún subnormal, probablemente un escritor medio tronco, grabó alrevesado el video… pero verdad que no se nota… 😅

La respuesta fue replicada en stories, en tiktoks, en comentarios, en notas de voz que cruzaron el Atlántico. Y en medio de todo eso, alguien en la transmisión escribió:

La victoria fue cruzar el charco. Hacer lo posible. Hacerlo posible. Todo lo demás… pura ganancia.

Y sí.

Ganamos antes de llegar.

Ganamos al aterrizar.

Ganamos al jugar.

Ganamos al gritar.

Ganamos al llorar.

Ganamos al demostrar.

Ganamos al caer y levantarnos…

Y yo, con el corazón bien apretadito en el pecho, me despido con las sabias palabras del poeta por quien dijeron que quizás en algún lugar todos tenemos un cielo que nos mira:

”Y por si no los veo más tarde… Buenos días, buenas tardes y buenas noches.”

Christopher PeNa